Poema para las mejores amigas

No por rara era menos fascinante.
Habitualmente, salía limpia de casa
y volvía con barro.
Nunca hacía prisioneros.

Ella tenía la curiosa afición de fotografiar
cualquier zapato
abandonado en la calle.
Cientos de fotos en color
adornaban un mural de su habitación,
un extraño collage, pero a la vez seductor.

Hay quien dice que también grababa
las tormentas de verano.
En los años de instituto,
siempre iba a buscarla.

Por las tardes, durante el curso,
era mi principal compañía.
Hablábamos poco;
caminábamos bastante.
Ella se concentraba en buscar calzado
para inmortalizar.
Yo, en cambio, me distraía con solo seguirla.
Después las dos nos hicimos mayores.